Nos
parecería impensable, echando la mirada diez años atrás, la
cantidad de aspectos de nuestra vida privada que compartimos con
todos. A nadie se le ocurre poner sus fotos personales por la calle a
merced de las miradas indiscretas de los transeúntes ... sin embargo
las mostramos en la red, que tiene un alcance global. El hecho de que
hasta ahora nos hemos conectado en la privacidad de nuestros hogares
hace que sigamos percibiendo que la red es algo personal y
seguro.
Casi nadie ha leído las políticas y condiciones de privacidad de la red en la que se han registrado pero, a día de hoy, todos somos conscientes de que las redes sociales no son privadas. Nuestros datos navegan por la red expuestos a personas que pueden sacar un gran provecho de ellos, pero es un precio que estamos dispuestos a pagar. Si sitios como Foursquare nos han enseñado algo, es que la gente responde a incentivos sencillos. Simplemente ofreciendo insignias, alcaldías y otros beneficios intangibles, millones de personas cuentan los lugares por los que pasan.
Y este comportamiento a simple vista ilógico, se podría explicar si nos adentramos en nuestra psicología. Las redes sociales son, simplemente, un nuevo medio para satisfacer necesidades que hasta el momento veníamos satisfaciendo por otras vías. Es mayor la necesidad de autorrealización y estima propia que la de salvaguardar nuestra intimidad.
Existen numerosos estudios sobre los consumidores 2.0, cada grupo de usuarios realiza un uso distinto y se decanta por una red atendiendo a la necesidad que quiere saciar. A simple vista podríamos suponer, sin adentrarnos a investigar demasiado sobre el tema, para qué se usan las redes sociales.
Se trata un medio para afirmar la propia identidad. Hay quien las utiliza como forma de entretenimiento, eso sí, su uso no es meramente funcional ya que buscan a la vez una recompensa emocional alta. Pensamos en los que participan en juegos con otros usuarios.También son muchos los que ven en ellas una ocasión para jugar con su propia identidad. Las personalidades online de los usuarios suelen ser extensiones generadas de las reales, donde mostrar lo que queremos que vean de nosotros, cosa que no ocurre en la realidad.
Pero, ¿y qué pasa con los que intentan dar a las redes un uso profesional?
Estos tampoco son capaces de aislar la parte emocional en el momento de gestionar su personal branding o posicionarse como influencers y, quizá, menos que los anteriores.
El
esquema motivacional de David C. McClelland podría explicar estos
comportamientos. Apoyándose en teorías de Max Weber, McClelland
afirma que hay tres factores que motivan al ser humano: el de
realización o logro, el de poder y el de afiliación. Estas
motivaciones se ven de forma muy clara en las redes sociales.
La
motivación por afiliación es el impulso por relacionarse con otros
en un medio social. Estos trabajan más duro cuando se les felicita
por su trabajo (retweets, "Me gusta", menciones,
comentarios, FF´s, etc).
La
motivación por logro consiste en superar los retos a fin de alcanzar
las metas. La persona con necesidad de logro se encuentra motivada
por llevar a cabo algo difícil. Hay una fuerte necesidad de
retroalimentarse de su logro y progreso y de destacar. La competencia
con otros usuarios por destacar en su trabajo y el hecho de que se
puedan ir percibiendo pequeños logros diarios, hace que estas
personas se centren todavía más en la consecución de sus metas.
Finalmente,
la motivación por poder, es el impulso por influir en las personas y
en las situaciones. No hace falta aclarar demasiado la relación que
guarda con las redes, sitios por excelencia donde influenciados
trabajan cada día para ser ellos los influenciadores.
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